La sombra de la historia es alargada: Desigualdad y educación en España



Las diferencias regionales en los niveles educativos han sido una constante a lo largo de nuestra historia reciente. Y también de la no tan reciente. Manuel Bagues ya apuntaba en este mismo blog que el mapa actual de las diferencias regionales en el desempeño educativo según datos del informe PISA guarda un gran parecido con la distribución geográfica de la tasa de alfabetización que existía en 1860 (aquí). Esta persistencia es cuanto menos llamativa, especialmente si tenemos en cuenta las abundantes reformas educativas que se han llevado a cabo desde entonces. Dado que las diferencias regionales actuales eran ya visibles en el siglo XIX, hemos acudido al pasado para intentar explicar esta situación (aquí el documento completo).

Un vistazo al siguiente mapa, que utiliza información del Censo de Población de 1860 a nivel de partido judicial (464 distritos sin contar las Islas Canarias), nos puede servir como punto de partida para hacernos una idea de cómo variaban las tasas de alfabetización. Aunque solamente un 20 por ciento de la población sabía leer y escribir, este promedio esconde importantes variaciones territoriales: mientras que el norte de la península, y especialmente los territorios de Castilla-León y Cantabria, disfrutaban de tasas relativamente elevadas, en el Sur, Levante y Galicia, el analfabetismo era una realidad muy extendida.


Pero, ¿cuáles eran las causas que estaban detrás de los distintos niveles educativos? En una sociedad tan pobre como la española durante esta época, la disponibilidad de recursos, tanto familiares como públicos, era un factor crucial. La escuela primaria se financiaba con aportaciones municipales, de la Iglesia o de las propias familias (a través de una tasa que se pagaba en metálico o en especie). El bajo nivel de desarrollo y las actitudes sociales predominantes tampoco incentivaban la adquisición de conocimientos.

Sin olvidar otros factores, nosotros estamos interesados en analizar si el grado de desigualdad social pudo ser también un aspecto importante a tener en cuenta. Por un lado, una mayor desigualdad empuja a una gran parte de las familias hacia la pobreza lo que dificulta que puedan dedicar recursos a educar a sus hijos (y, a su vez, obliga a estos a trabajar para contribuir al presupuesto familiar). Por otro lado, los municipios podían subsidiar la escuela pero, dado que estaban bajo el control de las élites locales, el poder de estos grupos y su actitud hacia la educación de las masas podían ser clave. Para estos grupos financiar la escuela no sólo implicaba un mayor esfuerzo tributario sino que, además, educar a la población podía poner en riesgo el status quo.

Para contrastar esta hipótesis hemos recogido información sobre el número de propietarios, arrendatarios y jornaleros agrícolas existentes en cada distrito. Dado que la agricultura empleaba a la mayor parte de la población, el acceso relativo a la tierra es un buen indicador de los niveles de desigualdad. El siguiente mapa muestra el porcentaje de jornaleros sin tierra (con respecto a la población agrícola) existente en cada distrito. Esta imagen refleja muy bien lo que sabemos sobre la distribución de la propiedad en la España del siglo XIX. En este sentido, se puede observar claramente la elevada concentración de la tierra en pocas manos y la existencia de una alta proporción de jornaleros sin tierra característica de los latifundios del suroeste peninsular.


Un simple análisis visual de la relación entre las dos variables que nos interesan indica que nuestra hipótesis de partida tiene cierto fundamento (figura 1): una mayor desigualdad en el acceso a la tierra iba asociada a un peor desempeño educativo. Por supuesto, esta correlación podría ser resultado de la influencia de otras variables que estuvieran relacionadas con la desigualdad y la alfabetización. El siguiente paso es, por tanto, realizar un análisis estadístico que controle por el efecto de otros factores. Para ello, hemos recogido información sobre diversos factores económicos, sociales y medioambientales que pudieran estar influyendo en la demanda o la oferta de educación (ver aquí el apéndice al final para más detalles sobre las variables utilizadas). Nuestros resultados confirman la relación negativa que se observa en el gráfico. Aún así, este tipo de análisis no permite asegurar que: a) no existan otras variables que no se hayan tenido en cuenta (lo que se conoce como el problema de la variable omitida); y/o b) que la relación entre desigualdad y educación no actúe en sentido contrario (es decir, que el nivel educativo influya en la capacidad para acceder a la tierra y no a la inversa).


Una posible solución a este tipo de problemas es utilizar lo que se conoce como variables instrumentales, es decir, una variable o instrumento (llamémosle Z) que esté relacionada con la desigualdad (X) pero que no influya en los niveles educativos (Y). O dicho de otra forma, que sólo influya en la alfabetización a través de su efecto sobre el acceso a la tierra. De este modo se puede explotar la información que comparten Z y X, y que es exógena a Y, con el fin de identificar el efecto causal entre X e Y. Encontrar este tipo de variables no es desde luego tarea fácil. En nuestro caso, hemos recurrido al largo proceso de la Reconquista cristiana de la Península Ibérica (722-1492). En concreto, hemos aprovechado que cada etapa de la Reconquista (ver mapa 3) dio lugar a la instauración de diferentes arreglos institucionales para organizar la repoblación y la apropiación social del territorio, lo que tuvo un claro efecto sobre la distribución de la tierra. La reconquista en el norte se dio en condiciones muy distintas a las de sur debido a diversos factores como la presión demográfica, el poder relativo de la Corona y la nobleza, el tamaño del territorio conquistado o la escala del esfuerzo militar efectuado. Frente a los asentamientos espontáneos de hombres libres o la organización de concejos de pequeño tamaño que caracterizaron los primeros siglos del avance cristiano, la conquista y colonización de los vastos territorios de la mitad sur peninsular exigió un enorme esfuerzo bélico que se dejó en manos de la nobleza y las órdenes militares, y por el que fueron recompensadas con enormes extensiones de tierra.


Esta idea no es original y se puede encontrar ya en los escritos de importantes historiadores como Pascual Carrión, Jaume Vicens Vives o Edward Malefakis. Más recientemente, Daniel Oto y Diego Romero (aquí) y Ana Tur-Prats (aquí) también han utilizado esta estrategia usando datos a nivel provincial. Por supuesto, un episodio histórico de tal magnitud no sólo afectó a las instituciones que determinaban el acceso a la tierra sino que tuvo repercusiones en múltiples dimensiones de la sociedad como la dispersión de la población en el territorio o el tipo de familia dominante en cada zona. Esto podría invalidar nuestra estrategia para identificar el efecto causal de la desigualdad si estos aspectos también influyeran en los niveles de alfabetización. Sin embargo, como hemos mencionado antes, hemos recogido información sobre este tipo de factores por lo que somos capaces de tener en cuenta esos efectos. Asimismo, la literatura subraya que el modo en que la Reconquista se llevó a cabo en la Corona de Aragón fue distinto. El área conquistada por los reyes aragoneses era sensiblemente menor y la Corona pudo ejercer un mayor control sobre el proceso de repoblación, lo que dejó menor espacio a las ambiciones de los nobles. Nuestros datos confirman esta visión: en contraposición a lo que ocurre en la Corona de Castilla, que un distrito de la Corona de Aragón se sitúe en una u otra etapa de la Reconquista no tiene un efecto apreciable en sus niveles de desigualdad en el acceso a la tierra.

Los resultados empíricos usando la Reconquista como variable instrumental, basados solamente en los distritos pertenecientes a la Corona de Castilla, indican que el efecto de la desigualdad en los niveles de alfabetización es muy importante. En concreto, cuando el porcentaje de jornaleros sin tierra aumenta 10 puntos porcentuales, el porcentaje de población que sabía leer y escribir se reduce 5.1 puntos porcentuales. En otras palabras, si nos moviéramos entre los distritos que ocupan el percentil 25 y el 75 de la distribución (pasar de un 43,8 a un 62 por ciento de jornaleros), el grado de alfabetización disminuiría 9,3 puntos porcentuales. La importancia cuantitativa de este efecto se puede ver fácilmente si insistimos en que, de media, sólo un 20 por ciento de españoles sabía leer y escribir en 1860.

Como hemos indicado al principio, un acceso desigual a la propiedad de la tierra puede haber afectado negativamente a los resultados educativos a través de dos canales distintos. Por un lado, mayores niveles de desigualdad expanden la parte baja de la distribución, un grupo social que posee menos recursos (y posiblemente, menos incentivos) para invertir en educación. Por otro, una distribución desigual de la tierra implica una mayor concentración de poder económico y político en manos de los grandes propietarios. Estas élites locales, que controlaban los cargos municipales, pueden haber limitado la oferta pública de educación primaria para preservar su privilegiada posición. La inclusión de los ratios de escolarización junto con el número de maestros en nuestro modelo ayuda a distinguir hasta qué punto fueron factores de demanda o de oferta los responsables. Asimismo, hemos examinado si nuestros resultados varían entre distritos urbanos o rurales. Por último, dado que el valor que se le daba a la educación masculina y femenina, así como el coste de oportunidad del trabajo de niños y niñas, era distinto, hemos aprovechado que las fuentes ofrecen información desagregada por sexos.

Nuestro análisis indica que ambos canales tienen importancia: el vínculo negativo entre desigualdad y educación se explica tanto por la precaria situación económica de los jornaleros sin tierra como por el escaso interés de los grandes propietarios en educar a la población rural. Es interesante subrayar que mientras los factores de demanda parecen haber tenido una mayor importancia en el caso de los niños, la oferta pública de educación, más amplia en distritos con menores niveles de desigualdad, resultó crucial a la hora de facilitar que las niñas asistieran a la escuela.

Independientemente del canal a través del cual operaban estos mecanismos, nuestros resultados se unen a un creciente número de trabajos que demuestran que una elevada concentración en la propiedad de la tierra supuso una barrera importante para la acumulación de capital humano y, en consecuencia, para el desarrollo económico a largo plazo. Como nos indicaba Manuel Bagues en el post que mencionamos al inicio, la correlación regional entre los niveles de alfabetización en 1860 y los resultados en competencia lectora medidos por el informe PISA en 2009 es sorprendentemente elevada (un 72%). Esta entrada demuestra, queridos lectores, que la sombra de la historia es incluso más alargada y puede rastrearse en tiempos todavía más lejanos.


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