Las potencias industrializadas también lideran la economía digital
La tecnología ‘on-line’ está transformando a pasos agigantados los estilos de vida y reseteando los negocios. Los países nórdicos, EEUU, Japón, Alemania, Reino Unido y economías de altos niveles de renta, como Suiza o Singapur cobran ventaja. Mientras China avanza a velocidad de crucero. España figura entre las naciones con potencial, pero sin billete de primera en el tren de la digitalización
La Cuarta Revolución Industrial, el Internet de las Cosas (IoT), descubre un suculento pastel. De nada menos de 42.000 millones de dólares, según Morgan Stanley, cuyos expertos auguran alzas anuales de entre el 15% y el 18% hasta 2020. Sólo en el estadio inicial del cambio de paradigma industrial, el del proceso de robotización y la inserción de las capacidades de innovación técnica de transmisión de datos, en el que las firmas que han dado ese salto han elevado del 8% al 18% sus gastos de capital en el último lustro. Pero, ¿en qué situación se encuentra esta reconversión hacia la industria on line? Varios rankings internacionales arrojan luz sobre esta cuestión.
Quizás uno de los estudios de mayor prestigio en este terreno sea el Digital Planet, elaborado por la Fletcher School (Tufts University) y Mastercard y cuyo Índice de Evolución Digital (DEI) de 2017, publicado en la prestigiosa Harvard Business Review, ofrece una panorámica de precisión sobre su calado transformador, veinte años después de que Sergey Brin y Larry Page registraran el dominio google.com y once desde que Steve Jobs presentara en sociedad, en San Francisco, el iPhone.
El top ten de su DEI lo integra Noruega, Suecia, Suiza, Dinamarca, Finlandia, Singapur, Corea del Sur, Reino Unido, Hong-Kong y EEUU. Con las cuatro grandes economías del euro algo más relegadas: Alemania en el puesto 17; Francia, en el 20, España, en el 25 e Italia, en el 34.
Las fintech españolas están en disposición de emular a Nora, la aplicación de Nordea -el mayor banco escandinavo por volumen de activos-, que orienta desde el año pasado las carteras de inversiones de cada cliente en función de su asunción de riesgos, su patrimonio y su capacidad de ahorro, gracias a sus sofisticados procesos de Inteligencia Artifical, algoritmos, economics analytic y automatización de datos.
De igual modo que la industria aeroespacial hispana podría abordar la fabricación de micro-drones para usos civiles con herramientas de computerización innovadoras que satisfagan las demandas de conglomerados logísticos y de distribución como Amazon. O firmas de servicios con experiencia en gestión de autovías, ferrocarriles y estaciones o aeropuertos ser pioneras en controles de pasajeros y mercancías plenamente automatizados.
Al fin y al cabo, la transmisión y análisis de datos corren como la espuma por el universo digital. En 2016, se mandaron 81 billones de e-mails por segundo, el servicio de mensajería WhatsApp superó los 50.000 millones de envíos diarios y el gigante chino Alibaba de comercio electrónico gestionó más de 175.000 transacciones al día. Son ejemplos del itinerario por el que transita la Industria 4.0; un tren que transita a alta velocidad. Con el flujo de datos por bandera. En varios de sus segmentos productivos más ilustrativos. Pero los botones de muestra surgen por doquier.
Pero la gestión de la digitalización en la industria española, en tiempos recientes, no ha tenido un respaldo activo desde la Administración. Sumida como ha estado, en una legislatura y media con recortes en I+D+i que han ensanchado, todavía más, la brecha digital con los países de su entorno. Desde la Secretaría general de Industria y de la PyME, que dirigió hasta el cambio de gabinete Begoña Cristeto. Su última convocatoria de ayudas, para 2017, a firmas industriales apenas ascendió a 70 millones de euros; en forma de préstamos a 10 años a tipo de interés fijo referenciado al Euribor.
Gran parte de ellas enfocadas a proyectos para soluciones de negocio o al desarrollo de plataformas colaborativas, a robótica avanzada, tratamiento masivo de datos, sistemas embebidos o fabricación aditiva. Fondos adscritos al programa Industria Conectada 4.0. Pero, además, la iniciativa de asesoramiento Activa, a la que se acogieron casi 200 empresas, ha movilizado 2 millones de euros: la mayor parte, 721.685 euros, a cargo del ministerio. Casi los mismos recursos (700.705 euros) que aportaron los gobiernos regionales.
Pero, según expertos en digitalización, España “adolece aún de cualquier conato de multinacional digital, si tenemos en cuenta que Telefónica, líder del sector privado en inversiones en innovación, es operadora de servicios, no una auténtica tecnológica”. El cambio de estructura gubernamental, que ahora entrega la Ciencia y las universidades al ministro Pedro Duque, “es una señal hacia la senda más adecuada, aunque sólo si se corrobora que se multiplicarán los recursos a la investigación y se pone en marcha algún tipo de instrumento con ventajas fiscales y laborales para atraer el talento que emigró del país con la crisis”, dice una fuente del sector innovación.
Otro de los barómetros de mayor reconocimiento global es el de Acatech. Su última versión, de 2017, certifica la condición de Alemania, cuna de la Industria 4.0, como abanderado innovador europeo, si bien constata una cierta parsimonia en su reciente evolución hacia la digitalización. La Academia Nacional Alemana de Ciencia e Ingeniería advierte que la locomotora alemana se codea con los líderes en innovación (mantiene el cuarto puesto de años precedentes), aunque no logra las cotas de digitalización industrial, científica, educativa y en inversiones de I+D+i del entramado público-institucional; en especial -dice Acatech- en las infraestructuras digitales, que han experimentado un retroceso respecto a los grandes rivales internacionales.
Alemania se ha dejado rebasar en la escala de valor industrial de su sector privado por Reino Unido, con Japón en investigación y con China en estrategia de innovación y, en general, ha ralentizado su avance en la búsqueda y uso de nuevos modelos de negocios digitalizados. El del World Economic Forum (WEF) también tiene su particular ranking de innovación. El último, del bienio 2016-17, sitúa a Suiza como el más fértil ecosistema de innovación, gracias a la mezcla de políticas e infrestructuras con climas propicios para la digitalización, un sistema académico excelente con capacidad selectiva para atraer talento y unas multinacionales que abanderan sus sectores productivos.
A ello, une una red de pequeñas y medianas empresas con reputación por sus elevados grados de calidad en innovación. Singapur es el segundo clasificado. Esencialmente, por el fuerte desarrollo tecnológico, la solvencia de sus cursos formativos, la alta eficacia de sus mercados y sus infraestructuras. En tercero en discordia es EEUU. El WEF destaca su renovada competitividad, la sofisticación tecnológica de su sector privado, la fortaleza y la dimensión de sus mercados y la habilidad para encauzar la oferta educativa a las demandas empresariales. España surge en el puesto trigésimo segundo; es decir, gana un peldaño respecto al diagnóstico precedente del WEF.
Sin embargo, otro ranking de la fundación que creó y gestiona el foro de Davos -más específico sobre la Cuarta Revolución y las innovaciones en ingeniería, el Networked Readiness Index (NRI), deja el siguiente ranking de liderazgo industrial, con las pertinentes valoraciones en una escala entre el 0 y el 7: Singapur (6,04); Finalndia (5,96); Suecia (5,85); Noruega (5,83); EEUU (5,82); Holanda (5,81); Suiza (5,75); Reino Unido (5,75); Luxemburgo (5,67) y Japón (5,65).
El WEF confirma el retroceso de Alemania, que queda relegada al puesto decimoquinto, y el gran salto de China, que escala hacia las potencias digitales. Por delante de la totalidad de sus rivales emergentes y de los países en desarrollo, que pierden irremediablemente terreno en los últimos ejercicios económicos. La sociedad y las empresas chinas están cada vez más enchufadas a la Red y al e-commerce.
Alemania, germen de la Industria 4.0
El término Industria 4.0 se achaca a Henning Kagermann, responsable de Acatech, que lo acuñó en 2011 para describir el inicio de una iniciativa gubernamental de renovación de la política de innovación industrial. Desde el nacimiento del concepto Industria 4.0, emporios como BASF, Bosch, Daimler, Klöckner & Co, Trumpf o Deutsche Telekom iniciaron un camino de no retorno. Al que se unieron, algo más tarde Siemens o, fuera de Alemania, General Electric y, casi sin excepción, las principales marcas de automoción.
Hasta contabilizar alrededor de 2.000 compañías de 26 naciones, que fueron catalogadas por centros de investigación como líderes en economía digital, en los albores de 2016. EEUU, Japón, China, Reino Unido y los países nórdicos acompañan a la locomotora de la UE en la carrera digital, que ha dejado atrás la tercera revolución, la era de la informática, más propia de la segunda mitad del siglo pasado, que siguió a la primera, la mecánica, del Siglo XVIII, y a la segunda, de la proliferación de la energía eléctrica, fechada entre finales del XIX y principios del XX.
Aunque otros poderosos mercados emergentes como India, o tradicionales potencias industrializadas como Holanda y economías con férreos lazos entre su industria y sus bancos -Suiza-, también se han incorporado a esta carrera competitiva. Klaus Schwab, fundador del (WEF) explica que, “contrariamente a otras revoluciones industriales, la 4.0 involucra cambios exponenciales, no lineales, que afectan no sólo al qué o el cómo hacer las cosas, sino también a quiénes somos”. En su opinión, “estamos ante un hito histórico sin precedentes, por la velocidad, el alcance y el impacto de esta fusión tecnológica que está superando las barreras entre las esferas física, digital y biológica”.
No hay parangón en cuanto a la promoción de la prosperidad global de esta Cuarta Revolución Industrial en relación a las tres anteriores, proclama el impulsor de la cumbre de Davos. Trumpf es un buen botón de muestra del salto industrial made in Germany. La metalúrgica, que factura 3.200 millones de dólares en ventas anuales y emplea a más de 10.000 trabajadores en todo el mundo, activó en 2015 Axoom, su aplicación corporativa para fijar, entre otras tareas, fechas de entrega de pedidos y de trabajos de instalación de sus operarios, o para predecir en qué momento sus maquinarias precisan recambios concretos.
Fue una de las primeras firmas en entender que el IoT establece ganadores o perdedores en función de si controla o no sus propias plataformas digitales, el estrato informático sobre el que se combinan toda clase de dispositivos, datos y servicios para diseñar ofertas que fidelicen clientes o sirvan de gancho a nuevos usuarios.
Es como si el juego de las máquinas y equipamientos se hubiera transformado: la construcción ya no es lo más importante. Tiene su coste y su esfuerzo, obviamente, pero resulta incomparable con el valor de factores intangibles como la información combinada de datos que facilita nuevos negocios, para más compradores y con sello de servicios de alta calidad digital.
Alemania, pues, parece haber jugado un buen primer tiempo en la contienda industrial 4.0, el del viaje hacia la digitalización. O, dicho de otra forma, la gran potencia europea ya dispone de un gran censo de fábricas automatizadas -robotizadas- que producen bienes y servicios inteligentes. Sin embargo, ciertos temores culturales a la pérdida de privacidad de datos personales y a la propia e incierta dinámica de la economía on line -cuyo caso más visible es el escándalo de emisiones de CO2 del grupo automovilístico Wolkswagen-, ha ocasionado un cierto retardo en el reto de construir plataformas de negocios inteligentes, según el último informe de situación de Acatech.
Duda que aprovechan Apple y Google y otros gigantes americanos con presiones a la industria de automoción, por ejemplo, para que instalen sus sistemas operativos. “Nos piden cederles la soberanía sobre nuestros datos”, alerta Wilko Stark, estratega jefe de Daimler. Algo similar a lo que le ocurre a Samsung, cuyas ventas de smartphones están limitados por su dependencia de Android, el sistema operativo para móviles de Google.
“Quien controle las plataformas, será el dueño del futuro”. Palabra de Kagermann, el inspirador del concepto Industria 4.0. Este es el desafío que traslada Sillicon Valley a las blue chip, estables, pero chapadas a la vieja economía. Y no todas las firmas de la poderosa industria alemana han tomado nota de ello. Bosch, Trumpf o Siemens disponen ya de sistemas operativos dominantes que ofrecen a otras empresas para ayudarles a crear nuevos servicios. Incluso Deutsche Telekom ha puesto en el mercado Qivicon, su plataforma inteligente que rivaliza con Apple y Google. Pero en la industria automovilística, BMW, Daimler, Audi o el conglomerado Volkswagen aún usan la tecnología de lectura de mapas que adquirieron hace un decenio a Nokia, mientras Tesla acapara patentes de cada movimiento de desarrollo de sus vehículos eléctricos inteligentes.
China, el competidor emergente
Si Alemania representa el nacimiento de la Industria 4.0, EEUU el mercado de las grandes firmas tecnológicas y la marca-país de las plataformas de negocios y Japón, el liderazgo de la robótica, China es, sin duda, el mercado con mayor potencial y dinamismo a la hora de adoptar el recetario digital.La planificación del régimen de Pekín ya ha emprendido políticas de modernización en nueve áreas industriales; entre otras, la siderometalúrgica, la naviera o la petroquímica.
Con motivo de los cambios de modelo productivo que precipitó la crisis de 2008. Fue al inicio de la década actual. A esa incipiente estrategia oficial se unieron de inmediato otros siete sectores, desde la biotecnología a las energías alternativas y, desde 2015, cuando se anunció el ambicioso proyecto Made in China 2025, segmentos de más alta tecnología y de mayor sensibilidad para la seguridad nacional como el aeroespacial o la de nuevos materiales. Esta evolución deja datos sorprendentes. Como que la tercera parte de los 262 startups globales que han alcanzado la consideración de unicornios son chinas y acaparan el 43% del valor de estas firmas. O que sus gigantes tecnológicos tuteen en beneficios e ingresos a sus contrincantes estadounidenses, europeos o japoneses. Alibabá, Baidu, Tencent o BAT operan con sus propios ecosistemas digitales.
Al calor de la laxitud regulatoria y de las inyecciones financieras de Pekín. Aunque también del boom del consumo ciudadano, que roza los 800.000 millones de dólares en Internet, -once veces el gasto de e-commerce estadounidense- y la inversión empresarial: el capital riesgo tecno-digital se ha encaramado al top-three mundial, con más de 77.000 millones de dólares en el trienio 2014-16, el 19% del total. Un compendio de iniciativas que han dejado a sus actores un superávit de servicios digitales de 15.000 millones de dólares en los últimos cinco años y que ha reducido la brecha 4.0 respecto a las potencias industrializadas con incrementos de productividad, gracias a la adopción masiva de tecnología y negocios on line (China ha pasado de estar 4,9 veces menos digitalizada que EEUU en 2013 a 3,7 en 2016) que le ha reportado una demanda digital superior a la de Brasil y Corea del Sur.
El trampolín hacia los mercados digitales
La Cuarta Revolución Industrial ya está en marcha. Sectores como el metalúrgico, el aeroespacial o el automovilístico rezuman innovación 4.0. Pero también se vislumbra este cambio de paradigma en la fulgurante robotización en Japón; en las plataformas de negocios de las tecnológicas americanas o en el espectacular salto digital de China. Muestras de que las escalas de valor de las empresas, la productividad o la naturaleza laboral cambian a velocidad de vértigo.
Cualquier usuario del aeropuerto de Oslo supera desde hace meses los controles de pasaportes, los arcos metálicos de seguridad, el embarque y la recepción de equipaje o la identificación de cada viajero en el punto de acceso definitivo a la aeronave con sistemas táctiles y oculares, sin vestigio de contacto directo con ningún empleado. La gestión de las instalaciones del aeródromo con mayor tráfico aéreo de Noruega está completamente computerizadas.
Así es la economía digital y, dentro de sus múltiples variantes, la llamada Industria 4.0, el nuevo paradigma de los sectores vinculados a las manufacturas, la automoción o el sector aéreo. Las compañías que han adoptado sus procedimientos empresariales y métodos de innovación han transformado de manera diametral, durante los años de la post-crisis económica, sus cadenas de valor. Mediante la integración de una extensa variedad de utensilios, aplicaciones y recursos tecnológicos. Desde impresoras 3D hasta la robótica. Pero, sobre todo, a través de una persistente automatización de los fulgurantes avances informáticos (en especial, en software) y la integración de procesos de tratamiento de datos (Big Data), fórmulas algorítmicas y cálculos de economic analytics. Un esfuerzo imprescindible para abordar con éxito los mercados digitales de bienes y servicios manufacturados.
En definitiva, estos actores industriales -muchos unicornios, firmas que han rebasado los 1.000 millones de dólares de valor, pero también consorcios de larga tradición-, se han adentrado en la Inteligencia Artificial. Usan plataformas on-line y ecosistemas empresariales propicios para el desafío de adecuarse, primero, y satisfacer, después, la demanda de sus clientes. Casi en tiempo real. Porque no tienen reparo -sino todo lo contrario- en asumir nuevos modelos de negocio, en transformar sus estructuras corporativas y en movilizar constantemente a su capital humano y tecnológico.
De igual forma que se afanan en encontrar nuevos protocolos de gestión o perfilar una reorganización de su logística o de sus transacciones financieras para agilizar envíos. Incluso buscan fórmulas imaginativas para atraer talento o formar habilidades técnicas. Siempre en aras de ganar eficacia y celeridad y con la meta de acomodar su producción a la alta competitividad de la era digital.
Tampoco sus equipos directivos están exentos de responsabilidad, porque sus decisiones se someten al escrutinio de la productividad y de la cuenta de resultados.Crece rápido o muere lento es uno de sus lemas más elocuentes. Tesla responde a esta máxima. El fabricante de coches inteligentes por excelencia, una de las enseñas empresariales de Elon Musk, superó el pasado ejercicio a Ford o General Motors en capitalización bursátil. Adaptarse a los cambios o desaparecer. Esa es la cuestión. Porque, como alerta John Chambers, presidente de Cisco Systems, “al menos el 40% de los negocios actuales perecerá en los próximos diez años si sus directivos no son capaces de averiguar cómo realizar una conversión de arriba a abajo en sus compañías para adecuarlas a la innovación tecnológica”.
El ‘road map’ hacia la estrategia digital
El reto de la industria digital es, pues, mayúsculo. Pero la recompensa es demasiado suculenta como para ignorarla. El negocio 4.0 añadirá 12 billones de dólares más al PIB global en 2025; el equivalente a las economías conjuntas de Japón, Alemania y Reino Unido. Aunque ya un lustro antes el Internet de las Cosas (IoT) será capaz de generar 3,7 billones de dólares de riqueza, la mayoría de la industria manufacturera, que ya dispone de tecnología y procedimientos 4.0, pero todavía no están preparada para una integración completa. Un paso clave e ineludible si se busca la conexión entre la dimensión de productos y servicios inteligentes y los procesos productivos.
Este road map requiere tres escenarios básicos de actuación: el primero, inversiones en áreas esenciales para absorber una mayor demanda en la cadena de suministros -avances digitales o sistemas de comunicación M2M (machine to machine), que implican adquisiciones en disciplinas como la robótica, el Big Data, la ciberseguridad o la tecnología IoT-, y que exige la superación de la cadena de valor clásica, insuficiente para gestionar más clientes y pedidos; el segundo tiene que ver la alineación entre las innovaciones digitales y las estrategias corporativas de gestión, atención al cliente y traslado de beneficios al accionista.
El escalafón final obliga a aplicar tareas de monitorización; es decir, de constatación, con información precisa -Big Data y analítica- de la influencia que los cambios provocan en la oferta de bienes y servicios; es decir, en el ciclo vital del producto, en la cadena de valor, en el capital humano y tecnológico y en la competitividad y en la rentabilidad final. Porque, más incluso que tecnología, la Industria 4.0 es Big Data. O desarrollo analítico. No por casualidad Facebook, que realiza el soporte de un amplio universo de negocios on line del sector privado, gestiona más de 300 millones de gigabytes de datos de usuarios, lo que equivale a que cada uno de ellos tenga archivados 126 e-books en sus cuentas.